Irse de Erasmus es una oportunidad que todas las familias deberían considerar. Las ventajas son innumerables. No se trata solamente de poder perfeccionar habilidades lingüísticas, aunque es una forma increíblemente rápida, divertida, eficaz y asequible siempre que se plantee adecuadamente. Por una parte debemos tener en cuenta el crecimiento personal: el hecho de independizarse nos llevará a valernos por nosotros mismos. Además, aprender a convivir con otras personas fuera de nuestro entorno familiar nos hará más comprensivos, pacientes e incluso hará que vivamos situaciones que nos enseñen lecciones sobre cómo mediar ante conflictos. Estaremos más abiertos a cambios y preparados para negociaciones, reparto de tareas del hogar y, por supuesto, nos haremos más responsables y conscientes de lo que conlleva mantener una vivienda. También es probable que lleguemos a conocernos como nunca antes lo habíamos hecho, pues habrá momentos en los que, al estar distanciados de nuestras personas refugio y de nuestra zona de confort, tendremos que tomar nuestras propias decisiones sin tener el apoyo o la influencia de los demás. Seremos nosotros mismos los que tengamos que cuidarnos y gracias a ello tendremos la libertad de descubrir qué es lo que realmente queremos, qué nos gusta y cómo (algunos ejemplos serían que en vez de tener un menú impuesto o que solemos tomar en casa vamos a tener que elegir qué comer, si queremos probar algo nuevo, si cocinar una nueva receta o llevarlo de camino para explorar lugares desconocidos… saber a qué hora nos rinde más el estudio, quizás en casa tenemos un horario menos flexible impuesto por horarios pero ahora podemos comprobar si somos más productivos por la tarde o hacia la noche…) También conoceremos ciudades y personas maravillosas. Estableceremos relaciones con personas de orígenes y culturas dispares, lo que nos enseñará a comunicarnos mejor, a ser respetuosos y a entender que nuestras creencias no son las únicas en el mundo, abriéndonos así a la diversidad y a querer aprender de otros. Esta infinidad de perspectivas hará que nuestra mente esté mucho más abierta cuando nos encontremos con opiniones diferentes y nos será más fácil lidiar con situaciones que todavía no hemos experimentado. El hecho de tener que adaptarse y de vivir tantas situaciones nos ayudará enormemente en el futuro (saber algunos códigos de educación a la hora de interactuar con otras culturas, realizar tareas nuevas como buscar piso e informarse sobre las condiciones…). Ya no nos asustará lo que sea que se nos ponga por delante. En cuanto al aprendizaje de un idioma, estaríamos ante uno de mis métodos favoritos. Irse fuera nos obliga a poner la lengua en práctica en un entorno real, nos pone en contacto con otras personas que también lo hablan y de las que podemos aprender casi sin darnos cuenta. El proceso es considerablemente rápido, natural y fluido. Como no nos queda otro remedio que usar, usar y usar el idioma acabaremos manejándolo bien y, sobre todo, amándolo. Nos acercará a personas, nos hará vivir momentos memorables y cuando los recordemos lo haremos ligándolos a la lengua. Normalmente, y como fue mi caso, el aprendizaje se desarrolla de la siguiente manera: 1-entender: durante el primer mes me dediqué a escuchar, esforzándome por entender y aprender palabras nuevas con las que me encontraba por primera vez. En esta etapa parecía muda, respondía con gestos y frases bastante cortas porque todavía no me sentía segura con el idioma. 2-chapurrear: durante los siguientes dos o tres meses ya no necesitaba pararme a escuchar con atención ni era necesario que me repitiesen las cosas varias veces, empecé a hablar (con errores) pero me defendía y me hacía entender, que es lo importante puesto que lo que buscamos es comunicarnos. 3-dominar: después de varios meses y hasta aproximadamente medio año desde la mudanza me empapé del idioma hasta el punto de vivir cómoda con la lengua. Conseguí reproducir el acento del lugar en el que me encontraba y dejé de pararme a pensar antes de hablar, todo fluía. Dominar no significa que supiese la lengua como si me hubiese estudiado el diccionario o como si no hubiese ninguna ocasión en la que no entendiese algo. La diferencia es que el idioma ya no me dominaba a mí, sino yo a él. Con esto quiero decir que, aunque hubiese momentos en los que se me escapaba alguna palabra que me decían y no sabía o yo no era capaz de encontrar la palabra idónea para algo muy concreto, era capaz de apañármelas para decirlo de otra manera o pedir que me explicasen algo con naturalidad, como podrías hacerlo en tu propia lengua (¿no os ha pasado que alguien os dice algo y le tienes que pedir que te lo repita varias veces porque no pillas la palabra o estás descentrado por mucho que luego supieses perfectamente a lo que se refería?) Estudiar en el extranjero tiene muchos beneficios pero debemos ser conscientes de la aventura que nos espera. Nosotros y nuestra familia sabemos qué es lo que más nos conviene. Hay múltiples opciones en cuanto a duración (de 3 a 12 meses normalmente), a ayudas económicas (transporte, vivienda y material escolar) y a tipos de estudios (del ámbito escolar, profesional o universitario). Podemos cursar asignaturas o hacer prácticas. Debemos sincerarnos, ser realistas y pensar a qué estamos dispuestos y hasta dónde queremos llegar. No debemos tener miedo al compromiso, pues si una vez estamos en el nuevo país surgen inconvenientes o complicaciones podemos solicitar volver e incorporarnos a nuestro centro educativo de siempre (le pasó a una amiga mía que fue a Montreal y volvió a clase como si nunca se hubiese marchado). Lo mismo aplica si estamos encantados (lo que suele pasar) y no queremos volver a casa todavía, tendremos la opción de extender la estancia. En mi caso yo iba a pasar 3 meses de prácticas de formación professional en un hotel y acabé casi cuatro años de recepcionista supermegaultrafeliz viviendo mi propia vida y con la facilidad de volver a España a ver a mi familia y amigos una o dos veces al año y también invitándolos a visitarme (¡la gran mayoría no quiso perdérselo!). Así que haced planes con cabeza, pero recordad que, mientras sea para bien, los planes también están para cambiarlos si es necesario. Eso sí, no os voy a engañar, cuando se vuelve de una experiencia así ya no somos los mismos. Los primeros meses nos sentiremos raros porque probablemente veremos que todo está como lo dejamos y nosotros, acostumbrados a la novedad y al cambio, creeremos que hemos avanzado años luz. Pero tranquilos, al poco tiempo se va pasando y con viajes, otro tipo de programas o proponiendo planes innovadores a nuestros seres queridos se cura. Me ha pasado en Inglaterra, a mi amiga que se fue a Riga le ha pasado, a mi hermana que se fue a Polonia le ha pasado e, incluso a mi mejor amiga que ahora vive en Sevilla (y eso que estamos en el mismo país) le pasa. Simplemente tenemos que querernos y aceptar a esta nueva versión de nosotros mismos y no sentirnos mal por echar cosas de menos, sino intentar mantenerlas en nuestra vida y buscar la forma de equilibrar todo aquello que amamos. Yo hago videollamada a mi familia British una vez al mes, me traigo un montón de chocolate Cadbury cada vez que voy a Hastings y dejo salir a la Ari inglesa cuando veo turistas desorientados porque hablar inglés me fascina. Con cariño, Arianna Comesaña
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AuthorDaniel Peel. Archives
Junio 2024
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