A día de hoy hablo 4 idiomas con fluidez y voy a contaros cómo lo he conseguido, tanto lo que me resultó muy útil como lo que no me ayudó demasiado en el proceso. El castellano es mi lengua materna, por lo tanto la interioricé sin esfuerzo. Podemos pensar que al ser nativos de un idioma ya lo dominamos, pero estamos muy equivocados. ¿Nunca habéis dudado sobre si lo correcto es decir “soy la mayor de la clase” o “soy la más mayor de la clase”? Por mucho que nos hayamos criado en una lengua siempre habrá más por descubrir, y eso me parece fascinante. A día de hoy sigo aprendiendo palabras y expresiones en otras variedades de español gracias a mis amigos de Latinoamérica. El gallego no fue mi lengua materna como tal pero sí que la adquirí a través de las relaciones familiares. Cuando vivía en Segovia (donde nací) mi madre me hablaba en castellano y mi padre en gallego. Aunque les contestase a ambos en español poco a poco empecé a atreverme a responderle a mi padre en gallego. ¿Y por qué creéis que fue ese cambio? Pues bien, al principio era más pequeña y el único que hablaba gallego en mi entorno era mi padre, por lo que se me hacía “raro” hablarlo, de hecho tuvimos algún malentendido bastante vergonzoso que, aunque me dé pena decirlo ahora, provocó que me sintiese reacia a usarlo. Un ejemplo sería una vez que fuimos al supermercado en Segovia y mi padre dijo que “quería un polvo”; esta terrible traducción hizo que la mujer que nos estaba atendiendo pusiese una cara de sorpresa y ofensa al mismo tiempo, pero al final pudimos llevarnos el pulpo que habíamos ido a buscar. Unos años más tarde empezamos a viajar a Galicia dos veces al año para ver a nuestros familiares en verano e invierno, y ahí fue cuando empecé a querer hablar en gallego, a dejar de verlo como algo extraño porque había más personas con las que quería comunicarme que lo usaban y entendí que en realidad mi padre era increíblemente admirable por haberse adaptado a la vida en Segovia a sus 40 años tras haber hablado casi únicamente en gallego durante toda su vida. A día de hoy el gallego me ayuda a desenvolverme cuando voy a Portugal y me encanta poder hacerlo. El inglés fue mucho más complicado, diría que el más difícil de todos. Cuando era pequeña me lo pasaba genial intentando interpretar las canciones en inglés que aparecían en las películas que veía en aquella época. No obstante, el inglés dejó de gustarme cuando cursé los últimos años de primaria, pero fue todavía peor en el instituto. La enseñanza se basaba en completar fichas y de vez en cuando escuchar algo, desgraciadamente no tenía la base necesaria de gramática y no entendía los ejercicios que debía realizar y en el momento que comparaba lo escrito con la pronunciación me volvía loca. Esto me frustró hasta tal punto que dejé de disfrutar las clases y le cogí manía al idioma escudándome en que era demasiado complejo para mí. Mis padres tomaron cartas en el asunto y me anotaron en la escuela de idiomas, fue entonces cuando mi aprendizaje cambió de forma radical y me sentí muy motivada gracias a las dinámicas y estilos de enseñanza que se implementaban allí. Lo que más me gustaba era que podía intentar utilizar el idioma que estaba aprendiendo para comunicarme con el resto de la clase, ya que antes de eso no había tenido ninguna oportunidad para expresarme oralmente en inglés. Años más tarde, cuando ya conocía más vocabulario y me defendía a nivel básico, tuve la oportunidad de hacer unas prácticas en un hotel de Reino Unido. El VIVIR en inglés, es decir, usarlo en todos los ámbitos de la vida cotidiana como trabajar, comprar, ocio, relaciones personales y demás, fue el culmen que logró que el inglés volviese a gustarme tanto como cuando lo usaba para cantar de niña. El francés me llamó la atención desde que me inicié en la lengua. Mi profesora era brillante, hacía las clases muy interesantes y eso hacía que me gustase. Tan solo un año después de empezar a aprenderlo, el instituto en el que estudiaba organizó un intercambio con otro instituto francés para que todos nos beneficiásemos de un programa lingüístico y cultural. En cuanto me informaron quise participar y estaba entusiasmada por la noticia: una chica francesa estaría en mi casa durante un mes y dos meses después yo me quedaría en la suya. El instituto organizó una serie de actividades que nos ayudarían a encontrar al compañero perfecto basándose en nuestros pasatiempos, personalidades e intereses. Cuando nos seleccionaron como estudiantes afines nos animaron a escribirnos correos electrónicos para empezar a conocernos antes de vernos en persona. Eso provocó que mi sed de saber se volviese insaciable; quería poder hablar con esta nueva amiga, quería pronunciar bien las palabras cuando estuviese en mi casa para que me entendiese e incluso les insistía a mis padres en que aprendiesen algunas palabras básicas. En definitiva, el estar preparada para recibirla hizo que quisiese avanzar por mi cuenta. Cuando me tocó a mí ir a Francia me esforcé todavía más y al pasar tanto tiempo con mi familia de acogida mi nivel despuntó. Estas fueron las experiencias que despertaron mi amor por los idiomas y que me ayudaron a aprenderlos de forma natural. Cuando entré en la etapa adulta decidí especializarme en distintos ámbitos para completar mis estudios lingüísticos y lo he disfrutado inmensamente. Cursé el nivel 4 del Celga para perfeccionar el gallego, realicé la carrera de Traducción e Interpretación en francés para entender cómo funciona el trasvase de una lengua a otra y finalmente el Máster de Enseñanza en inglés para adquirir las habilidades necesarias para ser la mejor docente posible. Como conclusión diría que lo que más me ayudó a aprender idiomas fue el interés propio por la lengua en sí, la necesidad de aprenderla y la ilusión de que me sirviese en la vida real, tanto con mi familia como con personas nuevas. Respecto a los obstáculos que hicieron que el camino fuese mucho más difícil y aburrido de lo que debería fueron básicamente los métodos de enseñanza y las evaluaciones a las que tenía que someterme sin que después me ayudasen a mejorar en la lengua por centrarse en aprobar una asignatura. Considero que mi padre hizo una gran labor preocupándose porque no perdiese la lengua gallega, después enviándome a clases de inglés para que me ayudasen como no lo hacían en el instituto y finalmente alentándome a participar en programas que llevasen mis conocimientos a la práctica en el mundo real, para darle sentido al aprendizaje de todos esos años y para por fin usarlo en un contexto útil y que de verdad requería su uso. Creo que la familia es el motor que te impulsa a hacer lo que te gusta y que te apoya en tus proyectos, por eso os animo a que en casa seáis ese pilar que incite a los chicos y chicas a seguir aprendiendo aunque en el cole no lo hagan como les gustaría. Esos padres que inculcan la pasión por los idiomas y el descubrimiento de los desconocido proporcionándoles materiales vistosos, apuntándolos a clases y campamentos en inglés. Padres que dicen hijo ve, sal de país y empápate de la lengua mientras aprendes otras destrezas, puedes hacerlo, creo en ti. Dadles las oportunidades que podáis, buscad becas, aprovechad para ver una peli por segunda vez en idioma original. Sed quienes les inspiran, haced del aprendizaje un juego, disfrute y placer de vivir, para que cuando lo necesiten puedan usarlo y sea una de las herramientas más poderosas que tengan. Con cariño, Ari
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AuthorDaniel Peel. Archives
Junio 2024
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